sábado, julio 14, 2007

Está buenísimo...Lean!!!



Diario íntimo de una anoréxica
No nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal." Esa frase retumba en el living de la casa de Cielo Latini, cuando recuerda con sarcasmo la época en que era la gurú de las anoréxicas. Ella le rezaba a una semidiosa de la inanición y el pecado mortal era la comida. Hace tres años, su sitio web "Mecomoami" tenía miles de seguidoras que profesaban su fe, creían en ese "estilo de vida" y bregaban por su libertad de elegir. El no comer debía ser un derecho y aún hoy un ejército de jóvenes está dispuesto a luchar por "la causa": ser flacas.
A los 22, Cielo confiesa que es una sobreviviente de ese mundo de la autodestrucción. Fue una "nena especial": ella misma se define como la gordita del grupo (pesaba 67 kilos a los 12 años), discriminada, solitaria, aburrida, erudita de familia acomodada, e inmensamente infeliz. "No tenía una puta amiga", dice su ópera prima. Su camino hacia la escualidez fue tortuoso: temporadas de hambre, mal humor, y peleas que terminaron con tajos de Gillete en sus brazos y deseos de morir. Pero ese sacrificio espinoso le daba lo que pretendía: un ascenso glorioso a la popularidad. A mayor delgadez, más aceptación. Se había convertido en una líder que daba órdenes y amontonaba súbditos.
Pasó de ser militante pro anorexia a escritora promisoria, que a una semana del lanzamiento de su libro debut "Abzurdah" (Planeta) agotó la primera edición de cinco mil ejemplares. Un best seller que mezcla el glamour de la belleza actual y la gesta de una mujer que volvió de la muerte.
Cielo ya no pesa 45 kilos, le creció el cabello y las cejas, y parece que no hay rastros visibles de la anorexia que padeció. Las marcas más simbólicas están ocultas. Son dos tatuajes. Uno, del lado interno de su muñeca, que dice "47 kilos". Se lo hizo como advertencia: ese era su peso ideal y tenía prohibido superarlo. El otro, en la planta del pie derecho, dice Hogweed, el seudónimo que usaba en el chat el hombre que la obsesionó y a quien acusa de todos sus males.
Acomoda su cuerpo -todavía delgado- en un sillón blanco, y cuenta que el proceso de escritura del libro duró sólo tres meses. Fue como un vómito repentino de la historia que la comía por dentro. Está tensa. No entiende por qué se gestó polémica en torno a su relato autobiográfico: "No hago promoción de la anorexia". Suena el teléfono. Es su mamá, desde el otro rincón de su casa de country en City Bell, que le hace una pregunta. "Está todo bien. No llames más", responde. Cuelga, seca, y se relaja. En un segundo, borra el gesto adusto de su rostro y se sonríe. "Tengo varias personalidades. Sirve para quedar bien con todo el mundo. Puedo ponerme seria, putear, ser diplomática...puedo amoldarme a las personas. Aunque no sé hasta qué punto está bien eso...

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